El eclipse
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido
aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa
de Guatemala Io había apresado, implacable y definitiva.
Ante su ignorância topográfica se sentó con tranquilidad
a esperar la muerte. Al despertar se encontró rodeado por
un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponía
a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le
pareció como el lecho en que descansaria, al fin, de sus
temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país
le habían conferido un mediano dominio de las lenguas
nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron
comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo
por digna de su talento y de su cultura universal y de su
arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese
día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo
más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar
a sus opresores y salvar la vida. — Si me matáis — les
dijo — puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas Io miraron fijamente y Bartolomé sorprendió
la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño
consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de Fray Bartolomé Arrazola
chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los
sacrifícios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado),
mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna
inflexión de voz, sin prisa, una por una las infinitas fechas
en que se producirían eclipses solares y lunares, que
los astrônomos de la comunidad maya habían previsto y
anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
MONTERROSO, A. Obras completas y otros cuentos. Bogotá: Norma, 1994 (adaptado).
No texto, confrontam-se duas visões de mundo: a da
cultura ocidental, representada por Frei Bartolomé
Arrazola, e a da mítica pré-hispânica, representada pela
comunidade indígena maia. Segundo a narrativa,
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