De la expresión oral a la producción escrita en la
enseñanza de segundas lenguas
Hace ya casi un siglo, F. de Saussure (1915) se refería a la
escritura como el disfraz y la fotografía de lo real, es decir,
de lo oral, idea que lo llevaba a pensar que la función del
lenguaje escrito no sería sino la de representar el lenguaje
oral. En otras palabras, el lenguaje oral sería el natural,
mientras que el escrito sería el artificial, idea coincidente
con el criterio de destrezas primarias y secundarias del que
hablaremos más adelante. La actualidad o antigüedad de la
idea saussureana, sin embargo, se relativiza al contrastarla
con la teoría clásica aristotélica, expuesta en su Perí
Hermenéias (o De Interpretatione). Afirmaba el Estagirita
(h. -384 – -322) que las “palabras habladas” son “signos de
las impresiones o afectos del alma”, mientras que las
“palabras escritas” serían signos de las habladas. Conforme
a esta teoría, por tanto, la escritura sería un conjunto de
“signos de signos”.
Volviendo a Saussure, parece innegable cierta la herencia
pedagógica de la Lingüística occidental, decantada
claramente por el llamado phonocentrismo: el objeto
lingüístico no queda definido por la combinación de la
palabra escrita y la palabra hablada; ésta última es la que
constituye por sí misma el objeto de la lingüística.
La actitud phonocentrista influyó sobremanera en la
enseñanza de la lectura y de la escritura, de modo que
pedagogos y psicólogos estaban convencidos de que era
necesario llegar a un alto grado de dominio de lo oral para
poder abordar lo escrito. Los niños tenían problemas con la
ortografía porque sufrían problemas de dicción, y aún hoy,
en ciertos tipos de enseñanza, se sostiene que la
conciencia fonológica –practicada en el silabeo o en lo que
podemos llamar segmentación fonémica– es casi un
requisito para aprender a leer. Incluso muchos expertos en
literatura infantil defienden que es necesario traducir los
textos al uso oral para hacerlos más accesibles a los niños.
Como hipótesis diametralmente opuesta, se sitúa un
graphocentrismo, que concede la máxima importancia al
hecho de poder leer y escribir en otra lengua,
independientemente de la capacidad oral de comunicarse.
En épocas no demasiado remotas, todavía se consideraba
posible aprender francés (o inglés) si se disponía de las
siguientes herramientas: la lectura de una buena edición
de las obras completas de Victor Hugo (o de William
Shakespeare), un diccionario bilingüe y un cuaderno, pese
a que el estudiante fuera incapaz de comunicarse
oralmente, ejemplificado siempre en la imposibilidad de
“pedir un café en un bar” de París (o de Londres). Esta
teoría parecía verse confirmada por los testimonios de
personas de renombrada fama que se consideraban
modelo de brillantez intelectual. Así, por ejemplo, es
famoso el caso del escritor y pensador español Miguel de
Unamuno, quien, según sus propios testimonios, aprendió
noruego (o “[…] dano-noruego, no norso-danés”, como
precisaría el autor de Niebla) con las obras teatrales de H.
Ibsen que le prestaba el también escritor Ángel Ganivet, o
con los ensayos del danés Søren Kierkegaard. También
constituía un referente el caso del neurólogo y psiquiatra
austriaco S. Freud, quien aseguraba haber aprendido
español leyendo directamente El Quijote, por lo cual se
atribuía la capacidad de revisar y autorizar la traducción de
sus obras a nuestro idioma.
Sin la necesidad de estos casos extremos, es verdad que
una inmensa mayoría de aprendices de una L2 apenas
pueden superar una frase de diálogo en conversación, pero
son capaces de leer e incluso de escribir en un segundo
idioma. Este graphocentrismo parece mantenerse en la
recurrencia a lo escrito de todos los aprendices de
segundas lenguas, que entienden mejor lo que se les dice
si (además) lo ven por escrito, o, en su defecto, deletreado
para recomponer la forma mentalmente, quizá para poder
buscarlo en un diccionario, también escrito, quizá porque
ése fue el medio por que aprendieron la forma a la que se
enfrentan. TORIJIANO, J. Agustín. Universidad de Salamanca, 2016.
Ferdinand de Saussure (1857-1913), lingüista y filósofo
suizo, tuvo una visión acerca de la escritura y, a través de
esto, se pude afirmar que: